jueves, 30 de enero de 2014

Los sonidos

Qué bonito. Ya está intentando embelesar de nuevo al género femenino, como aquella vez que las hizo la pelota hasta la saciedad, sólo por la búsqueda desesperada de un buen...rato, con su señora o quizá con la del vecino. En eso pensarán. Se equivocan. La del vecino no me gusta.

Iremos a lo que nos concierne, que una vez más intentan desviar mi atención con sus cantos de sirena. Y de eso precisamente les quiero yo aburrir. De los cantos, de lo melodioso, de los sonidos. De los bonitos y de los menos escuchables, de los provocados y de los descuidados. De los que te recuerdan, de los que no se olvidan, y de los que por uno u otro modo, son para toda la vida.

Les hablaré de la música, no como experto, sí como apasionado. Decía un compositor, de los de antes, de los que conocemos en blanco y negro, que aunque hubiera vivido cien años más, jamás habría descubierto todo lo que la música le podía haber aportado o aprendido. Tenía toda la razón, hoy habría conocido el reggeaton, omitan hacer comentarios. Además, en los años de vida que este maravilloso y perfecto mundo me ha permitido oír y aprender, seguramente no haya oído ni la décima parte de un millón de lo que la música pudiere ofrecer.

Y es que la música siempre está, como aquella chica en el baño, o aquel calcetín orilla de la ducha. Los sonidos son parte de nuestra vida, ¿se imaginan un mundo monótono, insonoro, arrítmico? No es necesario dar pie a la imaginación, ya lo tenemos. Pero, ¿se imaginan un mundo sin música? Imaginen el tren sin la melodía que precede al aviso de que han llegado a la estación, o el móvil relatando una frase algo así como, cógeme, estoy sonando, con la voz del imborrable y memorable Constantino Romero.

Los sonidos, los melodiosos los conocemos todos, los inescuchables, los que no merecen ser oídos también los conocemos, por desgracia están a la orden del día, aquellos que molestan tanto que incluso provocan un daño irreparable en lo más adentro de nuestra cabeza. Aquellos sonidos que sonarían muchísimo mejor si no sonaran, los que siendo tan sonoros, clamaríamos porque fueran sonidos silenciosos.

Y es por esta bendita bendición divina de la música por la que hoy les invito a que griten, a que no callen, a que canten, a que silben y a que disfruten, pero cuidado, medien en su entusiasmo, las paredes hablan, y créanme, muchas veces es mejor que callen. Disfruten de los sonidos, de todos, incluso de los menos oíbles, incluso hasta de aquellos que no vienen solos, aquellos que traen consigo una parte silenciable e indeseable.

Y en esa búsqueda en la que nos encontramos, encontremos ese sonido que nos embriague, que nos embelese, que nos apasione, que nos convierta en buenos oyentes, en mejores escuchantes, en grandes personas oíbles.





miércoles, 22 de enero de 2014

Lo que de verdad importa

Los seres humanos en general y algunas personas en particular, creen pasar por aquí con más pena que gloria, con mayor incomparecencia que notoriedad. Creen que su camino es tan sumamente pequeño, que la historia apenas les recordará, no aparecerán en ningún libro, salvo en el registro pertinente, si al padre de turno no se le olvida claro. Creen ellos, vosotros y nosotros que sólo tienen cabida en esos anales algunos afortunados victoriosos en su paso por aquí, y quizá también otros que supieron arrimarse a un buen arbusto o quién sabe, a lo mejor, y sólo a lo mejor, supieron arrodillarse ante el mejor tronco.

Una vez más, estamos equivocados. Mucho me temo que esta cuestión se invierte con el paso de las manillas del reloj de pared que algunos acostumbramos a llevar en la muñeca. Es muy probable, ciertamente probable que mañana no hablemos de eminencias sociales ni de desechos televisivos.

Nunca pensé que esta vida, que mi recorrido por este camino llamado Mundo sería tan significativo como lo está siendo. Es realmente inimaginable e impensable lo que un solo ser humano es capaz de hacer a lo largo de su ínfimo paso por aquí. Y es que si realmente piensan en todo lo que han llegado a hacer o todo lo que les queda, eso espero para algunos, es altamente increíble.

Dice la revista Forbes que hay 7200 millones en el mundo, pero sólo importan 72. Esto es, y veáse aquí mis estudios frente a un colegio de paga, un 0,000001%. Vamos, resumiendo muy mucho, nos importa una mierda el de al lado. Y esto no está bien, está feo señores. No es que tengamos 72 personas cada uno, cualquiera tiene más amigos en la agenda del celular o incluso "amigos" en la red social, es que nos importan 72 en total, y ahí hay que contar con Cristiano, con Messi, con el de Zara, con la querida del francés, con el Papa, con el Dalai Lama y con el Sursuncorda. Insisto, esto no está bien.

Y es que en esta aventura en la que nos aventuramos, debemos intentar arreglar esto, y esto no pasa por querer a los que sí están de paso en nuestras vidas, esto pasa por querer a toda nuestra vida. Le damos más importancia a los 72, que a los 3 que tenemos en nuestra chepa. Volvamos al inicio de esto, tenemos que hacer de nuestro paso por aquí algo bonito, algo humano (¡joder que palabra!), algo que no quede reflejado en ningún sitio y a la vez en todos. Esforcémonos por no ser uno de los 72, intentemos no crearnos una eminencia social y olvidémonos de los desechos televisivos que una vez pasaron pero que nunca más volvieron.

Decía una gloriosa frase cinematográfica: "Lo que hacemos en la vida, tiene su eco en la eternidad". No pensemos que nuestro paso, nuestra vida es una más entre 7200 millones, pensemos que es la única de entre todos esos millones de personas, humanas, claro.