martes, 29 de octubre de 2013

Joder Gabriel!

Nombre que me acompaña desde hace relativamente poco en mi vida, aunque también podría decir que lo llevo escuchando desde que mi abuelo se liaba con el nombre de mi hermano. Pero en fin, la realidad es que el nombre literal y correctamente dicho, viene desde hace poco. 

Hoy quiero recordar a alguien que a su vez me lleva a otros recuerdos, será difícil mi post de hoy, intentaré que el nerviosismo no se note, espero no tartamudear.

La primera vez que oí aquella expresión no venía de mi mencionado pariente, las mil siguientes si, venía de un hombre cuyo carácter pocos conocían, un hombre que marcó una parte de mi vida, un hombre que marcó la historia de nuestro país. No solía enfadarse en público, mucho menos dejar de esbozar su sonrisa, pero si algo no le gustaba, lo decía, y a callar todo el mundo que él era quien mandaba. Y eso mismo le espetó a su sobrino, "¡Joder Gabriel! y se acabó la discusión. Recuerdo aquello como si lo estuviese viendo en estos momentos, nos miramos los unos a los otros y pensamos, menudo genio tiene el fenómeno.

No viví ni mucho menos compartí mucho con él, pero lo suficiente para ver y confirmar que era un hombre bueno, un tío de verdad, de los de siempre, de los de antes, un señor que nada más verte te decía, "¡¿Qué pasa macho?!, y con sólo eso, te dejaba sin palabras. Un hombre muy admirado, oportunista dirán, no, no saben de que va la vaina. Fíjense, ya con 12 años me sabía todas sus canciones, recuerdo poner los cd´s los sábados por la mañana y ver flipar a mis padres, claro que mi abuelo decía, este sí que es bueno.

Éste último, el que nos ocupa y yo estuvimos juntos una vez, recuerdo como lloraba el primero diciéndome, como habéis tocado el porrompompero, sin saber siquiera que aquella fue la peor de todas, pero claro el que canta es el que manda, y a aquél no había que obedecer, simplemente seguir.

Muchas otras nos juntamos ya sin el primero, pero desde el cielo viéndonos, hablamos de su equipo de fútbol, no pude recriminarle, vivió la última etapa dorada de los blaugranas, de su nieta a la que adoraba y de su estado de salud, estoy bien...pero no, no lo estaba. Mi recuerdo es infinito, realmente su marcha ha sido muy dura. Admiré esos cambios radicales que nos ofrecía en cada concierto, cuando el telón subía, parecía otro, cuanta fuerza, tesón y esfuerzo, mucho que aprender, mucho que admirar.

Apenas hace un mes, le preguntaba a Alicia, como está, y me decía: va, con sus achaques, pero dando guerra. Siento que la guerra ha sido corta, pero deja mucho y muchos. Mi abrazo infinito para Natalia y para Carlos, amigos e hijos adoptivos.

Ahí arriba, ya resuena su copla junto con otros muy grandes, hasta siempre Manolo.

miércoles, 23 de octubre de 2013

No hay palabras mal dichas...

Los que me conocen, o incluso recuerdan, pensarán: vuelve a hablar de él. Y es que siempre me ha caracterizado el ser correcto en mis palabras, incluso cuando me tocan los huevos. Es más, creo que es fundamental una correcta y adecuada semántica en lo que dices, todo nace desde el saber utilizar tu léxico, en sentido correcto, es decir, hablar de puta madre.

Y es que las palabras no es que estén mal dichas, ni tan siquiera a veces son malsonantes, pero la gente exagera, ustedes lo saben, exageramos hasta la saciedad, hasta decir basta, exageramos tanto, que he llegado a la conclusión, que cuanta mayor es la exageración, más vidas del candy te dan. La exageración es otra cualidad humana, que en algunos momentos hace que hasta nos quedemos cortos.

Por eso, porque las palabras no están mal dichas, si no mal interpretadas, porque acordarse de la madre de alguien no tiene porque estar mal dicho, salvo que no lo pronuncies bien, claro. Pero véase, el otro día por error y sin querer, insulté 6 veces a un tipo, de verdad que fue sin querer, yo no quería, el tobillo partido en medio del paso de cebra era quien los espetaba. En ese caso, quedé absuelto de calumnias, el mismo me dijo: me lo he ganado. 

Aquello no fue una falta de respeto, aquello fue una definición in situ de la circunstancia que nos ocupaba y que además, nos atropellaba. Evidentemente, en aquel momento podría haber templado y con una educación propia de la Madre Teresa de Calcuta comentarle a aquel señor en estado de embriaguez que debería tener algo más de cuidado cuando maneje un auto, además de que resulta más difícil conducir embriagado y no debería hacerlo. Y que por favor, no lo volviera a hacer, que a mi había sido un tobillo, pero quien sabe si a otro podía haber sido una rodilla o algo peor. Podría haberle dicho eso, pero no me salió, que me disculpe.

Señores, señoritas y demás cuerpos lectores míos, las palabras no se dicen mal, somos nosotros quienes no las utilizamos en el lugar correcto. La blasfemia, la osadía, la falta de respeto y educación no son resultantes de palabras malsonantes, son más bien, personas discordantes. Porque las palabras ya existen, incluso ya estaban antes de llegar, y somos nosotros quienes osamos utilizarlas porque sí, porque nos apetece, porque hemos perdido los valores, disculpen, los malditos valores.

Vivimos en una sociedad tal que denunciamos la agresión de una madre a un hijo, que se lo había ganado a pulso, y sin embargo aceptamos a ciertos personajes públicos con un vocabulario digno de un orador experto en nada, nos parece de aplauso y de sonrisa perversa cuando en una frase de diez palabras, que difícilmente juntan, ocho son malsonantes, arrítmicas y deleznables para cualquier oído decente. 

Aquí mi repudio a la caja tonta, aquella que hace unos días nos enseñaba gracias a un programón que no quiero que ensucié mi pulcro blog, que el feminismo es aquello que hacen las mujeres como el planchar, bendita seas niña hija de puta (se me ha escapado) que acabas de iluminar el cielo de cualquier fémina activa y activista de este país y de cualquier otro desarrollado. Gracias desde el más profundo de los machismos.

Porque las palabras no deberían ser necesariamente malsonantes, si no más bien deberían ser necesariamente conocidas. Por eso aquello de: no hay palabras mal dichas...





martes, 15 de octubre de 2013

El español: el femenino

Algunos, algunas y otros temblaran al ver el título. Yo también temblé al pensarlo. Pues bien, el hombre, el único ser humano inferior e indigno de esa etiqueta, es además, el único capaz de hablar mal de alguien superior y sin necesidad de motivo. Y entiéndase esto de forma singular, esto es, no estoy generalizando en los hombres y mujeres, he hablado solo de hombres.

De eso, les quiero hablar, señores, señoras y demás elementos lectores de este "recoge opiniones". Llevo días pensando en lo bonito del léxico español, de lo realmente agradable que suena para los oídos alguien verborreando el castellano, y de lo prostituido que lo tenemos, de lo ofensivo que resulta muchas veces escucharlo y de lo deprimente y deprimido que es en casi todas, oírlo. 

Basta con que muchos no sepan diferenciar el verbo haber del verbo ver, o lo realmente difícil que es escribir con "b" y "v" a veces, pero esto, con un par de...cuadernillos "moreno" lo podríamos arreglar, creo. Lo que es difícil y algunos se empeñan en agrandar es aquello de enaltecer el género, entendido este como el masculino y lo contrario de algunas cosas y/o personas. He aquí una figura importante en el panorama político que quiso pasar a la historia de la grandilocuencia con aquel inolvidable miembros y miembras.

En esto haré hincapié, de lo mucho que nos hemos empeñado en sobreponer el género de la mujer, sin tener necesidad de ello, porque ellas son y serán por siempre muchísimo mejores en el género, y en todo lo demás. Por que me duele que un ayuntamiento hable de concejalAs, o en hospitales de médicAs, o en las universidades de jóvenAs. Y es que hay cosas que no existen, porque no, porque no es necesario, porque el artículo que les precede, esto esto, la palabrita generalmente corta que se pone antes de la profesión/definición/cosa es la que le otorga el género sexual al mismo, entiéndase y para mejor comprensión, un ejemplo: EL miembro, LA miembro.

Me duelen los oídos, otras veces los ojos, y otras tantas mis grandes ovarios de insultar así a nuestro género por excelencia y excelente. Vivimos en una sociedad empeñada en igualar, que a veces nos pasamos. No es que ya estemos a la par en todo, es que el género femenino le da mil vueltas al otro, entiéndase este último como el opuesto al primero. No crean mis amadas lectorAs que el hablar mal les hará más grandes, es simplemente, que el hablar bien, les hará ser, lo que son:  mucho más femeninAs. 

miércoles, 9 de octubre de 2013

Digno tú!


Se ha vuelto loco, pensaran. Para vivir en este mundo, hay que estarlo. Sí, hoy hablaremos de la dignidad, no tengo muy claro si de la del ser humano, o simplemente como concepto.

Existen tantas definiciones posibles de esta palabra que probablemente entre todos los decentes que leemos esto, vamos, entre los diez que somos, seguramente que ninguno daría una respuesta igual. Y es muy sencillo, es que la dignidad son muchas cosas, pero sobre todo, es complicada. Difícil de defender, de obtener, de ostentar, pero más difícil de explicar.

La dignidad no se compra, ni tan siquiera se gana. Sólo hay una manera de conseguirla. Trabajándola. Sí. Del verbo trabajar, realizando algún esfuerzo para conseguir un fin. Sé que si usted mi querido y sin embargo lector es español, le costará entender esta definición, pero yo que he viajado mucho y he recorrido de norte a sur mi pueblo, y de este a oeste el pueblo de al lado, he de decir que no yerro en mis palabras, el trabajo digna a cualquiera, y el trabajo como entendemos en lo poco que queda de nuestro país, indigna a todos los que no sean cualquiera.

No quiero hablar de los vagos que somos los españoles, de hecho eso ya es conocido y por ende, ni yo mismo junto estas letras, si no que he contratado (entiéndase como engañado) a un europeo del este, con una sapiencia del español, que ya quisiéramos nosotros, y es que nos llevan años de ventaja (esto último se le ha debido escapar al cabrón). No quiero, tampoco, hablar de que la dignidad la perdimos cuando comenzamos a luchar los unos con los otros, pero entiéndase esta lucha desde su extensión más obrera, desde que la lucha se convirtió en ver quien trabajaba menos.

En ese preciso instante en el que señorío abandonó su marquesado y su excelencia se convirtió en ilustrísimo, fue cuando claudicamos. Cuando nos convertimos en esclavos de nosotros mismos, cuando primaba más superar la dignidad del de al lado sin saber siquiera que él nunca podría ser mayor, si no igual. Porque el ser humano, queridos, no se diferencia en la cantidad de dignidad que obtiene, si no en el tiempo que la llega a mantener, en el tiempo en el que sin mirar por encima de ningún hombro hace gala al respeto que se ha ganado a base de respetar a los demás, a las veces que trabajando con tanto esfuerzo inagotable, fue un día proclamado embajador de su propia dignidad para que la portara con orgullo, pero sobre todo y lo más importante, sin dar muestras de ese orgullo.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Derby

Creo que es el momento. No. Espera, no lo hagas ahora, que aún están los puntos frescos. Da igual, ya no aguanto más, es insoportable.

Estarán de acuerdo conmigo, en que el deporte es bueno siempre que se practique, tampoco mucho, soy de la opinión que debe ser combinado siempre con algún chato de vino entre medias y un poquito de queso, porque algo tengo claro, si el deporte hace bien, el vino, hace mejor.

No resulta tan bueno el ser seguidor de algún deporte, aburrido unos minutos de esgrima, para un suicidio colectivo un campeonato de ajedrez, y menudo coñazo el de la gimnasia rítmica, espero hayan entendido este último. Pero y que me dicen del baloncesto, o del fútbol. Unos desproporcionados y otros improporcinados que intentan meter la pelota en un lugar afín a ello. Y la de millones que mueve. Entonces Nacho, si Vidal, que lo hace todos los días, debe estar hasta los mismos cojones.

Algunos oportunistas y muchos más sabios que yo dirán, habla así por lo del último derby, quizá, intento ser lo más objetivo que se puede, pero ya saben que soy de Dios y de Cristiano. No obstante, les daré mi opinión al respecto del último partido de fútbol que vi: dos equipos, 11 contra 11, una ciudad, un balón, dos porterías, miles de hinchas, un país entero al tanto, miles de bares repletos, millones de televisiones encendidas, misma hora -menos en Canarias, de momento-, y me fue a tocar a mi el tonto al lado.

Pues bien, las especulaciones y expectativas creadas alrededor del resultado del derby se cumplieron, el equipo que parecía llegar mejor, ganó. Venció a un equipo con a priori mejor plantilla, pero sin saber ni colocarse en el campo, vamos, como si la chica de la gimnasia rítmica se pusiera el body del revés. Un desastre, un espectáculo impropio para el fútbol de la capital, realmente increíble que al final se hiciera con la victoria el equipo menor. Y así fue, el San Fernando le ganó al Alcobendas, aún no se explican como pudo pasar.

Y es que el deporte, señores, ya sea balompédico, individual o a pedales, es un verdadero problema si se lleva a lo personal, por eso, he decidido que lo mejor será no hacer deporte, seguir bebiendo vino y esperar a la vuelta para que el Alcobendas se tome su revancha, y si no es así, al menos que el tonto me acompañe para hablarle durante todo el encuentro de lo bonito que es la gimnasia rítmica y lo guapo que su hijo estaría con el body.