miércoles, 9 de octubre de 2013

Digno tú!


Se ha vuelto loco, pensaran. Para vivir en este mundo, hay que estarlo. Sí, hoy hablaremos de la dignidad, no tengo muy claro si de la del ser humano, o simplemente como concepto.

Existen tantas definiciones posibles de esta palabra que probablemente entre todos los decentes que leemos esto, vamos, entre los diez que somos, seguramente que ninguno daría una respuesta igual. Y es muy sencillo, es que la dignidad son muchas cosas, pero sobre todo, es complicada. Difícil de defender, de obtener, de ostentar, pero más difícil de explicar.

La dignidad no se compra, ni tan siquiera se gana. Sólo hay una manera de conseguirla. Trabajándola. Sí. Del verbo trabajar, realizando algún esfuerzo para conseguir un fin. Sé que si usted mi querido y sin embargo lector es español, le costará entender esta definición, pero yo que he viajado mucho y he recorrido de norte a sur mi pueblo, y de este a oeste el pueblo de al lado, he de decir que no yerro en mis palabras, el trabajo digna a cualquiera, y el trabajo como entendemos en lo poco que queda de nuestro país, indigna a todos los que no sean cualquiera.

No quiero hablar de los vagos que somos los españoles, de hecho eso ya es conocido y por ende, ni yo mismo junto estas letras, si no que he contratado (entiéndase como engañado) a un europeo del este, con una sapiencia del español, que ya quisiéramos nosotros, y es que nos llevan años de ventaja (esto último se le ha debido escapar al cabrón). No quiero, tampoco, hablar de que la dignidad la perdimos cuando comenzamos a luchar los unos con los otros, pero entiéndase esta lucha desde su extensión más obrera, desde que la lucha se convirtió en ver quien trabajaba menos.

En ese preciso instante en el que señorío abandonó su marquesado y su excelencia se convirtió en ilustrísimo, fue cuando claudicamos. Cuando nos convertimos en esclavos de nosotros mismos, cuando primaba más superar la dignidad del de al lado sin saber siquiera que él nunca podría ser mayor, si no igual. Porque el ser humano, queridos, no se diferencia en la cantidad de dignidad que obtiene, si no en el tiempo que la llega a mantener, en el tiempo en el que sin mirar por encima de ningún hombro hace gala al respeto que se ha ganado a base de respetar a los demás, a las veces que trabajando con tanto esfuerzo inagotable, fue un día proclamado embajador de su propia dignidad para que la portara con orgullo, pero sobre todo y lo más importante, sin dar muestras de ese orgullo.

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